Me recuerdo conversando con mis compañeros de primaria, se me viene a la cabeza la voz de Martín quejándose: “estoy podrido de comer polenta con queso crema, mamá me dice que la tome como remedio”; en casa no pasaba eso, aunque la escena era bastante similar, el encargado de darme de comer era mi abuelo, pero no le interesaba mucho que coma la polenta ni tome la sopa, mucho menos buscaba estímulos ridículos poniéndole letras a una sopa, creo que para un chico de esa edad, es más estimulante que los fideos de municiones tengan forma de tetas y cosas así. Pero en cambio sí tenía otras obligaciones, a la hora del almuerzo a pesar de que ya estaba en primaria, todavía me hacía el avioncito, pero no era un avioncito cualquiera, era un avioncito ruso, mi abuelo llenaba la cuchara con Vodka y me la llevaba a la boca, al principio no me gustaba y siempre me insistían con la misma muletilla: “tomalo como remedio”, en un par de meses el vodka pasaba como agua. Miraba bastante televisión y me preocupaba con los paros que había en aerolíneas argentinas, ingenuamente creía que podía afectar mi dosis de vodka diaria. Ante tanta insistencia los conceptos de vodka y de remedio se me habían confundido; tenía entendido que cuando la gente se enfermaba le daban remedios, un día mi hermanito que por aquél entonces acababa de cumplir los cuatro años se empezó a sentir mal, la gente cuando se empieza a sentir mal necesita remedios, la gente cuando se empieza a sentir mal necesita vodka, mi hermano siempre fue un gran simulador de enfermedades.
Los días de la madre, con mis hermanos, solíamos preparar el desayuno para que mamá lo tomara ahí tranquila en su habitación, generalmente al lado de la tetera poníamos una carta bastante cursi, mamá sonreía, nos daba un beso en la mejilla a cada uno y agradecía. Durante tres años fue así, pero un día cuando nos fuimos de su habitación espiamos por la mirilla, y vimos que estaba tirando todo el desayuno en una bolsita, como si le estuviéramos dando de comer mondongo. En ese momento la increpamos y mamá se sincero con nosotros, con la resaca que tenía no estaba como para comer medialunas de grasa; de ahí en más en los años siguientes llevábamos la bandeja, pero en lugar del desayuno poníamos algunos antiácidos, ahora la sonrisa de mamá era más genuina.
Me remito ahora a los primeros años de secundario, época de los primeros cigarrillos, y otra vez la voz de Martín (me es imposible no recordar esa voz desafinada): “Mi viejo me pescó con el atado de diez y me hizo soplarle el ojo, se dio cuenta que fumaba”, yo me acuerdo que no fumaba, pero en la ropa se me impregnaba el olor por todo lo que fumaban los demás, un día se me pusieron a dar sermones también a mí, justo a mí que nunca le había dado ni una pitada, mi abuelo me reprendió con dureza: “nene dejá de fumar porquerías”, y de un momento a otro se puso a armar un cigarrillo artesanal, sacaba la parte de adentro de una planta y la envolvía en un papel, enseguida me da de probar, y no se porque me empecé a cagar de la risa, me parecía ver que mi abuelo tenía rastas, al otro día llevé cigarrillos artesanales a mis compañeros que quedaron encantados.
Noté que los cigarrillos artesanales disminuían mi rendimiento escolar, encima me había llevado historia, dejé de fumar, y le pedí a mi abuelo que me de una mano con historia, necesitaba saber sobre el crack del 29: “Nooo. No me hagas acordar, en esa época pegaba mucho más que ahora el crack, ahora no se que carajo hacen en los laboratorios…”.
La profesora me desaprobó y me internó en una granja.
viernes, noviembre 02, 2007
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1 comentario:
la verdad amigo si tengo q comentar semejante verdura me pierdo en una buena siesta, te fuistes por las ramas me hubiera gustado q escribas sobre alguna cosa interezante, gracias
luciano webb
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